Esta carta la escribí hace 20 años. Es perfectamente aplicable, 20 años después. Sería cuestión de aplicarla a otras situaciones existentes existentes en cualquier carrera universitaria. Diganme Ustedes si no es tal cual…
“Hace dos años empecé el Ciclo Básico Común para la Carrera de Ciencias Veterinarias.
Entre las seis materias que tenemos para lograr el ingreso a la Universidad, está Matemática. Esta materia, que de por sí suena temible debido a las vueltas y recuperatorios que debemos enfrentar mientras la cusrsamos en el colegio secundario, puede llegar a convertirse en el “cuco” del CBC.
Al CBC lo curse en la sede llamada Drago. Allí, cadsa materia d¡se divide en diferentes cátedras; y esto no es casualidad. Cada una tiene formas diferentes de desarrollar los contenidos.
Pero esta carta no informa sobre el desarrollo de estos estudios básicos para ingresar a las carrera.
Esta carta es una denuncia a la realidad de esta situación, que por drástica hasta puede lograr que un alumno abandone una carrera, pensando que no es capaz.
El caso concreto es que mi primer curso de matemática fue en la cátedra Hansen, reconocida por los alumnos de Drago por ser el fantasma del cuco matemática. Y es para tanto.
En esta cátedra tuve la mala experiencia de no aprender nada en absoluto. Un docente explicaba el tema concretamente porqué no hacía falta explicar más “ya que están los libritos de teoría, a los que se puede recurrir”. En realidad, esos apuntes tenían apenas algún contenido más que el explicado, y a la hora de resolver problemas no servían prácticamente para nada.
Así pasé dos meses, perdiendo mi tiempo miserablemente por la angustia de querer entender y no aprender nada. Y llegó el parcial tan mencionado, para el cual, en definitiva, ellos nos daban las explicaciones concretas.
No pude realizar ni uno solo de los ejercicios.Ni siquiera alguna cuenta de las planteadas. El resultado, dos semanas más tarde, fue el que esperaba: un cero, el primero de toda mi vida de estudiante. Muy doloroso.
No la seguí cursando. Aprobé las demás materias, excepto física y , por supuesto, matemática. Me anoté para el año siguiente.
Ese año me tocó en suerte otra cátedra: Melguizo.
Esa vez sí aprendí matemática. Se tornó fácil, con una didáctica que me permitió comprender lo que me estaban enseñanado. Fue muy exigente: debía estudiar en forma permanente, asistir a todas las clases para trabajar en grupo y los docentes tomaban parciales semanales. La historia final: promocioné con nueve. El cuco se fue y aprendí los conceptos matemáticos que pretendían que incorpore.
Veinte años más tarde, transcribiendo lo que en ese entonces escribí con las teclas de mi máquina de escribir, quiero agradecer a los docentes de la cátedra Melguizo por su empeño y dedicación, por enseñarme y darme la oportunidad de poder probar cuanto se puede o no se puede lograr frente a una meta tan impresionante como una carrera universitaria.
La educación no debe ser según la suerte de un sorteo: con esta cátedra sí, con está no.
La docencia es un mundo, y en él hay personas diferentes. Pero es injusto permitir una diferencia tan marcada entre cátedras. No se puede dejar que jueguen con el tiempo joven, solo porque tienen ganas de hacerlo. No se debe pisar la cabeza de un estudiante con un cero, porque así es mejor para que ingresen menos.
Qué ellos hagan lo que en verdad deben hacer, que es enseñar. Qué desarrollen los contenidos que se deben aprender, y luego cada estudiante verá lo que puede hacer con ello. No quiero que elijan por mí.
No vaya a ser que por la enseñanza de ciertas cátedras, como claro ejemplo la de Hansen, la educación universitaria se convierta en un juego de lotería. Porque entre las cátedras Melguizo y Hansen hay mucho más que una nota o un juego de azar: hay una realidad actual que puede determinar decisiones futuras.”
El futuro ya llegó. Cursé unas veinte materias de las treinta y tres que componen la carrera de Ciencias Veterinarias, además de la seis materias del CBC…
No concluí la Universidad. Me hice mamá, y siempre fui una trabajadora. No logré ese objetivo profesional.
Hoy soy docente, y me enorgullecen las palabras con las que pude expresar en ese momento, la desprolijidad y parte del déficit del sistema universitario…